La culpa, la vergüenza y la envidia son emociones que nos producen un especial sufrimiento. En la base de todas ellas nos encontramos con la autocrítica. Y es que el exceso de juicio hacia una misma (y también hacia los demás) es el reflejo de una gran falta de autoaceptación.
Una crítica constructiva puede ser muy útil, porque nos ayuda a mejorar, a evolucionar, a cambiar. Sin embargo, si nos pasamos el día sacándonos defectos, poniéndonos fallos o comparándonos con los demás, estamos dando un mensaje continuo a cada célula de nuestro cuerpo de que algo no anda bien, de que no somos correctas, adecuadas, o que no nos ajustamos a lo que “deberíamos” ser.
El problema además con la autocrítica no es sólo el contenido, sino la forma en la que la realizamos, el tono que utilizamos y las emociones negativas que asociamos a dicha crítica. Por eso, el primer paso para empezar a cambiar la manera en la que nos tratamos es darnos cuenta realmente de cómo nos tratamos.
Mirarnos al espejo por las mañanas y centrarnos en lo que consideramos “defectos” es algo que está socialmente muy aceptado. Frases del tipo “estoy gorda”, “tengo la nariz muy grande”, “parezco más vieja”, “quién me va a querer con este cuerpo”, “mis pies son feos”, “no puedo salir con estas pintas”, “sin tacones no doy la talla”… resultan el mensaje cotidiano que millones de mujeres se hacen cada vez que se miran a un espejo.
Revertir la costumbre de enviarle esta información recurrente a nuestro cuerpo-mente es algo que puede parecer poca cosa, sin embargo supone un gran avance en la manera propia que tenemos de mirarnos, valorarnos y aceptarnos.
¿Estás dispuesta a mirarte al espejo desde otra mirada?
Juntas podemos cambiar la “norma”.
Un abrazo,
Marta
Marta Labrador Pavón
Psicóloga y Facilitadora Grupal. Creadora de Calma Esencial.